martes, 16 de octubre de 2012

Sustituir un viaje corto mecanizado por uno a pie ahorra 5,8 €/hab y evita 2 muertes/10.000 hab




Del 16 al 22 de Septiembre de 2012, se celebró la Semana Europea de la Movilidad, que este año se ha desarrollado bajo el lema: "Participa en los Planes de Movilidad de tu ciudad:        ¡muévete en la buena dirección!"

miércoles, 26 de septiembre de 2012

EXTRATERRESTRES


Somos de aquí, nacimos aquí, vivimos aquí y hemos de morir aquí. Y sesudos científicos están buscando por todo el universo planetas capaces de albergar vida, parecida a la terrestre. Así pues, nosotros nos consideramos, a nosotros mismos, terrestres. Habitantes,`por derecho propio, de este planeta llamado Tierra. Pero, como en el mus, niego, en este caso, la mayor y realmente pienso que somos y nos comportamos como extraterrestres, idea que se me viene a la cabeza al leer el Informe de la PNUD,  "2012: Objetivos de desarrollo del Milenio".

lunes, 17 de septiembre de 2012

Energía, territorio y paisaje: sinergias y “disarmonías”




Muchas de las fuentes de energía hoy llamadas renovables han sido empleadas por el hombre a lo largo de su historia: el sol, el viento, el agua, la biomasa. Propias de épocas de escasez, de un nivel de metabolismo energético, digamos, bajo, en que un elevado consumo no era aún sinónimo de alto nivel de vida, dejaron no obstante sobre el territorio una serie de fábricas e instalaciones que hoy consideramos, por su alta adaptación al entorno, clima y materiales de cada lugar, bellas y armónicas: molinos de viento, salinas, batanes, ferrerías, tejeras y cocederos de ladrillos, etc. Su cualidad de una vinculación estrecha entre la necesidad humana que los genera, y las condiciones y recursos del entorno en que se implantan (un molino de viento en un cerro, un batán junto al curso de un río) son la razón última de tal expresión armónica.
Si consideramos las actividades energéticas en relación con tres aspectos: el lugar de producción, el de consumo y el entorno o soporte donde se han de implantar, encontramos una relación sinérgica en esta forma tradicional de proceder. El ejemplo perfecto de ello quizá sea el velero, en que la fuente, el lugar de producción y el de consumo están en el mismo artefacto, que produce un efecto armónico en su desplazarse sobre el mar. La revolución industrial, de la mano de la especialización y de avances como el motor de explosión o la electricidad, promovió no obstante formas productivas más eficientes basadas en la acumulación  y el transporte, en que la relación entre áreas de producción y de consumo tiende a disociarse, así como la vinculación de la actividad con el medio de implantación. Las renovables modernas han aterrizado dentro de este esquema, desarrollándose en instalaciones que por su desvinculación con el territorio resultan ser objetos “alien”, generando habitualmente una sensación de alto impacto y disarmonía visual.


Si las primitivas industrias mencionadas al principio respondían a los métodos preindustriales de aprovechar los recursos disponibles en un entorno próximo a cada localización, desde la revolución industrial progresivamente se impone un modelo en el que se priorizan los fines, entendiéndose que los medios no importan como limitadores pues se encuentran siempre disponibles en un borroso “conjunto del planeta”. Ello, progreso material aparte, ha traído catastróficas consecuencias ecológicas, al difundir la conciencia de la inagotabilidad de los recursos y la consiguiente cultura del consumo y del derroche, pues uno se imagina que si dispone de un grifo en su casa, es porque siempre saldrá agua de él. Haciendo necesaria, a la larga, la imposición de una forzada y un tanto artificiosa, sobrevenida conciencia ecológica.
En el campo de la energía, las renovables aterrizaron en este estadio consumista y monopolizado por grandes empresas, de las energías convencionales. A la luz de las recientes crisis y la creciente concienciación sobre la agotabilidad de recursos y los insostenibles niveles de contaminación, diversas iniciativas sin embargo parecen recuperar parte de la vieja filosofía de adaptación a las condiciones de cada lugar, combinándola con las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. La llamada “generación distribuida” apuesta por sustituir el modelo de concentración en grandes plantas por estructuras menores para la producción, aprovechando la vocación energética de cada localización y estableciendo en la mayor proximidad posible la producción y el consumo. En este sentido se enmarca la regresión de EEUU de los proyectos de grandes centrales hidroeléctricas a la llamada “micro-hidráulica” de pequeños saltos; la cogeneración como apoyo al suministro para pequeñas poblaciones; la producción y gestión de energía en los propios hogares o las políticas para favorecer sistemas pasivos de climatización (aislamiento, orientación y protección solar, ventilación cruzada, etc.) en la construcción. Mientras, diversas experiencias de autoabastecimiento energético se vienen desarrollando por ciertas instituciones y comunidades más o menos aisladas, que comparten la característica de ser independientes al suministro de las grandes compañías. Propio de regiones insulares o de instituciones como Universidades, se basan en el aprovechamiento de una energía local estratégica o en un exhaustivo mix de energías “locales”, como en las islas de Martha’s Vineyard, Samso en Dinamarca o el proyecto para El Hierro. La gran aportación de estos proyectos, no obstante, es la creación de una auténtica conciencia ecológica forzada por el necesario ajuste de los consumos a la existencia limitada de recursos energéticos.
Conjuntamente con ello, es de esperar que deriven en la creación de estructuras energéticas, como antaño, más armónicas con su medio de implantación.

http://vimeo.com/7927648

lunes, 10 de septiembre de 2012

A limpiar el mundo


A limpiar el mundo

Cantidades ingentes de basura por habitante, cantidades ingentes de habitantes y una sociedad que premia la cultura del usar y tirar.
España produce anualmente unos 24.000.000 de toneladas de residuos urbanos. Considerando que España tiene una población de unos 45 millones, se puede estimar que se producen 0,53 toneladas de residuos urbanos por habitante al año; es decir 530 kg. La esperanza media de vida ronda los 80 años, así que una persona produce a lo largo de su vida ¡42.400 kg de residuos! Y esto contando sólo los residuos generados en los hogares, sin tener en cuenta los producidos por las actividades económicas.
No hay que ser un especialista para que a uno le salten las alarmas al ver estos datos. Ante este panorama, ¿no habría que tomar medidas para reducir este despilfarro de recursos, de energía empleada para el tratamiento de residuos, de espacios contaminados, de aguas contaminadas…?
¿Cómo empezar? ¿Dónde poner el esfuerzo? Analizando las estadísticas de otros países europeos, queda claro que aplicar medidas disuasorias no es suficiente, ya que, en países que tienen un sistema de recogida y gestión de la basura diferente al español, la producción de residuos urbanos por habitante al año es muy parecida a la española. En Holanda y en Suiza por ejemplo, el hecho de que sólo se recoja la basura una vez a la semana y sólo en las bolsas reglamentarias, que cuestan más de 0,80 euros (frente a los 0,13 euros que cuestan en España), no parece ser suficientemente disuasorio para reducir la producción de basura, ya que la producción por habitante no desciende de las 0,5 toneladas al año en el caso de Holanda y en el de Suiza llega incluso a las 0,7.
La medida más eficaz sería el cambio de mentalidad de los habitantes, el abandono de la cultura del derroche, el impulso del reciclaje y de la reutilización de las cosas. ¿Por qué tiene que terminar la vida de un tarro, de una botella, de una caja… cuando se agota su contenido? ¿no podría limpiarse y rellenarse? La cultura del derroche está tan instaurada en nuestra sociedad que incluso las Sociedades Geográficas, que tanto bien hacen con sus llamadas de atención sobre los problemas medioambientales y territoriales, envían sus publicaciones mensuales doblemente plastificadas. En los supermercados empiezan a cobrarse las bolsas (medida muy apropiada para favorecer su reutilización), pero los productos cada vez llevan más embalajes de plástico y los que se vendían en packs se venden ahora en unidades. Podría seguir con una lista de ejemplos interminable. ¿Pero es que a nadie se le ocurre regular esto? 
La producción de basura se ve como un derecho universal. Bolsas y bolsas dejadas en los descansillos esperando que las recoja el camión de la basura. Y si no pasase ¿no nos irritaría tener que estar viendo los residuos que hemos producido? ¡Buaj! ¡Basura! No importa que instantes antes haya estado en nuestras manos, en cuanto cae en la bolsa ya no es cosa nuestra, ¡que se deshagan otros de ella y que la depositen en un lugar donde no podamos verla ni olerla! Así nos creemos que desaparece. Lo cierto es que esa materia que nosotros hemos desechado perdura y se acumula, bien en depósitos que serán enterrados, bien en el mar, pero perdura, en muchos casos incluso más allá que uno mismo.

Fuentes:
Instituto Nacional de Estadística: www.ine.es
Estadísticas europeas, Eurostat:
Estadísticas de Suiza:
http://www.bfs.admin.ch/bfs/portal/de/index/themen/02/06/ind13.indicator.130307.1377.html?open=1301,1302&close=1301


Escrito por Lic. María García

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Propuesta para una nueva base industrial española


Sin duda, los océanos están llamados a tener un mayor protagonismo del que hoy tienen, como supermercado de los habitantes de este planeta. La situación insostenible por mucho más tiempo de las, cada vez más abundantes hambrunas que asolan al tercer y cuarto mundo, y las perspectivas geopolíticas, nos anuncian que los océanos se han de convertir en la mayor reserva nutricional del planeta. Si bien es cierto que las producciones alimentarias terrestres todavía pueden ser más eficientes y más justas en su distribución, no es menos cierto que cada vez se ven más amenazadas a medio largo plazo, entre otros factores, por la progresiva desertización debida al cambio climático.

Desde hace décadas la producción de la agricultura y la agroindustria española está en recesión y todo el  entramado industrial, denominado "primario" se ve acosado por problemas de toda índole y naturaleza. Unos, derivados del agotamiento de un modelo ancestral que provocó el éxodo demográfico del campo hacia otras actividades -terciarias sobre todo, dentro y fuera de España- y, otros, debidos a la insuficiente competitividad de la mayoría de los subsectores, salvo las excepciones tradicionales que todos conocemos. En términos de contabilidad pura y dura, lo primario es hoy por hoy más un problema para la economía española, que una solución de futuro, ya que adolece de mayores costes sociales que beneficios económicos.

El estado mundial de la Pesca y la Acuicultura 2012. FAO

Pero, lo primario no se acaba en tierra. España ha sido de siempre un país marítimo, no sólo por pura geografía, sino también por la historia, obligado a buscar salidas vitales allende los mares. Sin embargo, aunque la pesca y su industria han sido referentes económicos en su historia económica, y aún lo son, ha dejado de ser una potencia pesquera como lo fue en las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado. Con este declive y otros factores industriales de escasa productividad en relación con otros paises asiáticos emergentes, la industria de construcción naval no tuvo más remedio que reducir su capacidad hasta los 2/3 de la instalada en los años 70 y 80.

 No obstante, podemos decir, exagerando sólo lo necesario, que la pesca es hoy a la industria del mar, lo que la revolución industrial manchesteriana a la industria aeroespacial. El 90% de los recursos alimentarios y de otro tipo que alberga el mar están por explotar. Existen otros caladeros por descubrir que requieren de investigación, tecnología y dinero para su puesta en valor. El mar es un sector de futuro.

A pesar de la sobre-explotación que ejercemos sobre los caladeros tradicionales, el mar ofrece recursos poco, o nada, explotados. La acuicultura ha desarrollado solamente un 25% de su capacidad y otras actividades de la agricultura marina, como puede ser la explotación de algas y otros microorganismos, está en pañales. Por otro lado, son pocos todavía los paises que están en vías de desarrollar una industria del mar a la escala a la que nos estamos refiriendo. El mercado de los productos del mar es ilimitado en el campo alimentario y, en otros, como la industria farmacológica ofrece cotas espectaculares de crecimiento potencial.

El estado mundial de la Pesca y la Acuicultura 2012. FAO

A su vez, desde el punto de vista del efecto "arrastre" que la industria del mar a gran escala ejerce sobre otras actividades es muy elevado, según revelan estudios rigurosos. Tiene externalidades directas sobre un amplio abanico de sectores económicos como son: el primero, la investigación en muchisimos campos, la industria alimentaria, sanitaria, farmacéutica, etc. Asi mismo, son sectores muy afines y necesarios para desarrollar una industria del mar potente, el sector de la construcción naval para poder disponer de flotas de buques de tecnologías avanzadas, otro tanto cabe decir del sector de construcción aeronáutica y de aviónica, para disponer de aeronaves de transporte capaces de mantener una cadena de comercialización y distribución planetaria en tiempos récord. Respecto del mercado interior, una industria potente del mar requiere de una red ferroviaria de mercancias moderna y eficiente. Y así se pueden ir desgranando otros sectores y actividades, pero quizá el más importante y el menos tangible es que se trata de un sector donde mucho está por hacer, un sector basado en la innovación y la investigación. Es, en definitiva, un sector de futuro y con futuro.

Aunque estemos en crisis y, precisamente porque estamos en crisis, debemos aprovechar esta ocasión para apostar por este sector, repetimos, de futuro y con futuro, que nuestro país empezó a desarrollar con experiencias singulares, pero que ahora habría que configurar como una de las industrias básicas españolas.

Por
JEV

Economista y consultor, especialista en Transporte, y miembro del Foro del Transporte y el Ferrocarril (FTF)

 

sábado, 18 de agosto de 2012

Ante los dramáticos incendios del verano de 2012





MEA CULPA


Mea culpa, mea culpa y mi grandísima culpa. Si, si, y la de muchos, Qué he hecho yo por el monte?. Pues nada, ni yo ni casi nadie. Unos pocos han hecho mucho y hasta con su vida. Pero eso no es suficiente. ¿Quién gestiona el monte, ahora que en plena crisis nos podía dar tanto?.

Presumía yo en mi juventud de que más de la mitad del territorio español era forestal y, eso unido a mi complicidad innata con el bosque, me puse a estudiar esa ingeniería ¿Cómo no iba a encontrar trabajo? Pero llegué tarde, se puso de moda el medio ambiente, las grandes infraestructuras y todos a lo mismo ¿a donde se fue la sabiduría de los forestales, dónde las competencias de los Distrititos provinciales, de los Patrimonios forestales, del Icona…Dónde están los técnicos forestales, dónde la Administración forestal? Parece que la veo perdida entre alimentos, agua, costas y el consabido “medioambiente”. Casi se la ha tragado la tierra o se ha ahogado en otras llamas.

Arde el bosque, sobre todo, porque no sabemos qué es el bosque. Un poquito de altas temperaturas, viento, mala suerte…y mucha ignorancia. Por eso muchos vemos la tele y decimos: otro incendio! Ay, que susto!.

 “Care silva", queridos bosques, así comienza Häendel un aria de su preciosa ópera Atalanta; también muchos cuentos tradicionales empezaban "Érase una vez un bosque encantado..." y eso nos enganchaba a su lectura, y nos hacía sus cómplices. En la pasada sociedad rural al monte le debían, entre otras muchas cosas, el calor del invierno, el frescor del verano y el placer de los sentidos. Además de alimentos y salud. La gente quería al bosque y el bosque no ardía tanto. 

Ahora cada día hay un incendio, hoy decenas. Hacemos que nos irritamos pero, fuera de la truculencia de la noticia, no nos importa más. Se ha repetido hasta la saciedad los millones de hectáreas incendiadas, las pérdidas económicas, las ecológicas, el número de muertos, y como si nada. Solamente nos quejamos, sin pensar que el 95% de los incendios son, directa o indirectamente, provocados por el hombre. Se han buscado causas, soluciones, culpables, pero nos tranquilizamos haciendo campañas y echándonos la culpa unos "colectivos" a otros, o "buscando" al pirómano, que como ya decía Cunqueiro mucho ruido y al final nunca aparece. Exceptuando unos poquitos fuegos,  creo que al monte le quema la ignorancia. El hombre se ha olvidado de su valor.

¿Y si probásemos otra terapia? Por ejemplo, la del conocimiento y del amor. Porque  ¿fomentamos el aprecio del bosque?, ¿enseñamos a nuestros hijos, así en general, a amar el árbol?
El árbol no es querido y en muchos lugares solo se le recuerda por los topónimos. En Castilla, que ya lleva tiempo perdiéndolos, hasta la concentración parcelaria, no siempre beneficiosa, ha acabado con hileras, grupetes e incluso ejemplares aislados que eran un hito en ese hermoso paisaje de escasas y puras líneas. En otros lugares son los encinares que se roturaron para sembrar, los olivos que habrá que levantar porque sobra aceite, y los viñedos sin cuyo cárdeno color nos quedaremos porque sobra vino. 

Y ¿por qué cuento esto? Porque si seguimos desconociendo, despreciando y maltratando nuestros bosques tendremos mucho perdido. Quiero dedicar el espacio que me resta a lo que debemos hacer los que no podemos hacer nada, o sea los que nos duchamos con el grifo cerrado, o nos crispamos por cada olor a chamusquina. Podemos hacer algo, fácil y baratito: podemos contar, sensibilizar a otros, dar a conocer cada uno lo que sepa, porque al fin y al cabo, casi siempre, la estupidez y la barbarie tienen su base en la incultura y en la falta de formación, por no citar el egoísmo; "pensar globalmente, actuar individualmente", es un principio de difícil aplicación. Por eso, y aunque parezca obvio, quiero llamar la atención sobre los valores del monte: valor productor, protector y social. 

Aunque sobre todo el bosque es vida, millones de vidas, armonía y belleza, no estaría mal recordar que son muchas las rentas directas que producen los montes: madera (si son arbolados), leñas, resinas, ganadería, caza, plantas aromáticas, medicinales, culinarias, pero también proporcionan bienes intangibles corno son el confort climático, recreo, bienestar, limpieza de contaminaciones, reserva genética y paisaje, ese incomparable paisaje que se percibe con todos los sentidos. No todas se dan siempre, pero sí una que estimo corno la más importante: la producción de agua, hacia la atmósfera y hacia los acuíferos, papel que hay que reconocer a los propietarios.

Como estamos en España, territorio que hemos ido desertizando, la función protectora del monte supera, en general, a la social, incluso a la de producción, ya que cumple un papel singular en la lucha contra la erosión y el control de riesgos. La masa vegetal es capaz de mantener por adherencia gran cantidad de agua y, si no existe, el agua se desliza rápida, arrastrando materiales y puede anegar valles, destrozar cultivos, provocar daños a la comunidad piscícola, a las vías de comunicación, al hombre, y terminar en el mar o, lo que es peor, aterrando los embalses, que sí es verdad que hay alguno al 10% de su capacidad, también lo es que otros, en poco tiempo, ni siquiera tendrán esa cabida útil. 

Para respetar y mantener este espacio conviene empezar desde pequeños y para eso deberíamos contar a los niños, como antes, cuentos que se desarrollen en bosques de hadas, en ríos cantarines, y alguno menos en naves espaciales o en territorios calcinados por la guerra, con entes todopoderosos que destruyen con solo extender el brazo. Hacerles oír además de "hoy no me puedo levantar, el fin de semana lo pasé fatal", o el "zon zon" del "bacalao", alguna musiquilla que estimule su sensibilidad hacia la Naturaleza. Enseñarles el placer de dibujar un frondoso castaño, un potente roble o un campo de amapolas, además de los consabidos robots, guerreros, etc. Y llevarles a pasear, además de la vista por el ordenador, por el campo, por el paisaje. 

Después, de mayorcitos, les haremos ver que si van de excursión, es más satisfactorio llevarse un bocadillo de queso y unas almendras, que una parrillada de chuletas; y menos agresivo y más placentero escuchar, desde el silencio, el cantar del viento o de una cascada, que el bramido de una moto, ladera arriba. ¿Se da cuenta el lector de la cantidad de paisaje desaparecido o transformado o degradado en los últimos tiempos?

Y es que el paisaje parece como ese aire que nos rodea, que no nos va a faltar pero, el de calidad, sí.
Ahora es otra cosa, ahora se nos queman todos los bosques. Los quemamos, y los ribazos, los sotos y lo que caiga.
No entraré aquí en la pérdida de vidas, que en realidad es lo único importante, en los daños económicos, ni siquiera en los ecológicos ya muy comentados. Quiera resaltar una pérdida que a muchos pasará desapercibida: la destrucción del paisaje. 

El paisaje que además de constituir el trasfondo, el escenario de nuestra vida, es goce estético. Un placer visual y del olfato y del oído, todos los sentidos perciben el paisaje, que quizá echemos en falta cuando decidamos levantar la vista de las “pantallas”. Claro que para el goce del paisaje no son suficientes los ojos que ven e incluso miran, hace falta la conciencia para contemplar, y eso es casi cultura.
¿Ha visto el lector un paisaje quemado? ¿Se ha parado a contemplarlo? No verá, ni oirá, ni olerá, ni pisará y si lo hace más le valiera no hacerlo
Si ciertas alteraciones, cambios o deterioros del paisaje pueden detraer su calidad, el incendio lo destruye de una forma irreversible, puede decirse que cambia su signo y cuanto más valioso era más desolador es el resultado. Y no sólo se pierde la estética de todos los valores que resume, se destruye su valor testimonial, pues cada rincón del paisaje es un archivo de la historia y evolución del medio.

 Es verdad que en otros tiempos también se han arrasado campos, se han cortado bosques para carbón, para la industria, para cultivar algo, cuando el hambre, pero era todo paulatino, lento, quito este pongo lo otro. El hombre se incorporaba a la evolución, no era su enemigo. También es verdad que hay mucho paisaje, todo es paisaje, pero algunos son singulares, irrepetibles y el de todos los días, ese que nos rodea y en el que nos reconocemos o encontramos nuestra infancia tiene cada vez menos calidad; el otro, el recóndito nos cae un poco lejos y ha de quedarse para las ocasiones, aunque también llegaremos a él, todo es cuestión de tiempo, porque ya sabemos del poco aprecio por lo que no cuesta.

Yo me decía hace tiempo: bueno, no dramaticemos sobre el lobo-mercado feroz, porque el paisaje aún puede ser nuestro recurso más abundante, el menos explotado; y la gente, tanto la de dentro como la de fuera, ya demanda calidad en su entorno y además en su ocio. El paisaje puede ser una potencial mercancía a vender con bajo coste para nosotros (consumir paisaje no supone deterioro ni destrucción de nada, es como oír la radio) y puede ayudar a estructurar un turismo rural que es la única perspectiva de muchas de nuestras comarcas.

El Convenio Europeo del Paisaje, que entró en vigor el 1 de marzo de 2004, ya aboga por la protección, gestión y ordenación de los paisajes europeos, pero va muy lenta su aplicación.
Porque, además, el paisaje es un recurso socioeconómico ligado a su calidad y singularidad, y el agricultor, al margen de las decisiones de los ministros europeos del ramo debe diversificar sus rentas. Algunos hombres del campo ya han comprendido que su futuro depende, en parte, de Ia conservación y manejo de su paisaje, bien tan útil y escaso (en calidad) como el agua clara, el aire limpio, las playas acogedoras, etc. A otros muchos, a los que viven de todo eso que la Comunidad no quiere, habrá que decírselo. 

Generalmente, podría decir siempre, calidad de paisaje indica calidad ambiental y ésta se revela como un importante recurso monetario del futuro, dinamizador de ciertas economías. Ubicación de viviendas, empresas o industrias punteras no buscan únicamente lugares accesibles, ni proximidad a materias primas, ni siquiera bajos costes si no, y sobre todo, calidad del medio ambiente, calidad del paisaje.

El aprecio por el paisaje puede ser síntoma de madurez, de que vamos adelantando en entender lo que es calidad de vida, y a ello nos ayudaría mucho la consideración de que para disfrutar del paisaje no hace falta ser dueño de la "parcela". Ya lo dijo el poeta: "Cleón" posee ciertamente fanegas, pero el paisaje es mío". Y la emoción también, no es cosa de despilfarrarlos.

Y, finalmente, habrá que convencer a los propietarios y conseguir de la administración que, en lugar de una ínfima parte de las rentas directas, les van a llegar otras por el mero hecho de mantener el bosque. Si se amenaza con "el que contamina paga" ¿por qué no se promete "el que conserva cobra" y, por tanto, una rentabilidad inducida por la simple existencia del monte?  Ello no significa "no hacer nada", sino una exigencia de buen manejo. Esto, en vez de inquietar a los gobiernos, puede ser una oportunidad, un grano más para el bolsillo de los que deben quedar en el agro para que pueda haber ese imprescindible equilibrio territorial, del que tanto se habla: El hombre rural guardián de la naturaleza.
Si se quiere algo menos altruista ¿por qué no menos aerogeneradores, que también agreden el bosque, y más biomasa, que lo limpia? Y pesar de tanto ambiente nos olvidamos que el monte es un perfecto organismo-empresa sostenible “de la cuna a la tumba”, que se dice, y lo aprovechamos poco o nada. Si tuviésemos la voluntad y valentía de progresar en eso que se llama la “energía de la biomasa” y que está dormidita en sus inicios, cuánto ganaríamos, nosotros y el monte.

Quizá así evitemos que mucha gente vea el bosque como algo hostil, de lo que hay que huir, o algo inútil que hay que quemar.
Y ya es hora de que lo sepamos: el bosque no existe porque sí, es preciso un decidido propósito de conservarlo, incluso por parte de "los que no podemos hacer nada", porque sea de quien sea la culpa, a todos nos debería avergonzar lo que está pasando.
Sería triste que a los pobladores de este principio de siglo, con tantas hazañas a nuestras espaldas, nos tuviesen que recordar como “los quemadores del bosque
PD:¿ y si encargásemos de su cuidado y custodia a los que saben del monte?

Teresa Villarino Valdivielso
Dr. Ingeniero de Montes
Miembro de Comité de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible
Instituto de Ingeniería de España