lunes, 17 de septiembre de 2012

Energía, territorio y paisaje: sinergias y “disarmonías”




Muchas de las fuentes de energía hoy llamadas renovables han sido empleadas por el hombre a lo largo de su historia: el sol, el viento, el agua, la biomasa. Propias de épocas de escasez, de un nivel de metabolismo energético, digamos, bajo, en que un elevado consumo no era aún sinónimo de alto nivel de vida, dejaron no obstante sobre el territorio una serie de fábricas e instalaciones que hoy consideramos, por su alta adaptación al entorno, clima y materiales de cada lugar, bellas y armónicas: molinos de viento, salinas, batanes, ferrerías, tejeras y cocederos de ladrillos, etc. Su cualidad de una vinculación estrecha entre la necesidad humana que los genera, y las condiciones y recursos del entorno en que se implantan (un molino de viento en un cerro, un batán junto al curso de un río) son la razón última de tal expresión armónica.
Si consideramos las actividades energéticas en relación con tres aspectos: el lugar de producción, el de consumo y el entorno o soporte donde se han de implantar, encontramos una relación sinérgica en esta forma tradicional de proceder. El ejemplo perfecto de ello quizá sea el velero, en que la fuente, el lugar de producción y el de consumo están en el mismo artefacto, que produce un efecto armónico en su desplazarse sobre el mar. La revolución industrial, de la mano de la especialización y de avances como el motor de explosión o la electricidad, promovió no obstante formas productivas más eficientes basadas en la acumulación  y el transporte, en que la relación entre áreas de producción y de consumo tiende a disociarse, así como la vinculación de la actividad con el medio de implantación. Las renovables modernas han aterrizado dentro de este esquema, desarrollándose en instalaciones que por su desvinculación con el territorio resultan ser objetos “alien”, generando habitualmente una sensación de alto impacto y disarmonía visual.


Si las primitivas industrias mencionadas al principio respondían a los métodos preindustriales de aprovechar los recursos disponibles en un entorno próximo a cada localización, desde la revolución industrial progresivamente se impone un modelo en el que se priorizan los fines, entendiéndose que los medios no importan como limitadores pues se encuentran siempre disponibles en un borroso “conjunto del planeta”. Ello, progreso material aparte, ha traído catastróficas consecuencias ecológicas, al difundir la conciencia de la inagotabilidad de los recursos y la consiguiente cultura del consumo y del derroche, pues uno se imagina que si dispone de un grifo en su casa, es porque siempre saldrá agua de él. Haciendo necesaria, a la larga, la imposición de una forzada y un tanto artificiosa, sobrevenida conciencia ecológica.
En el campo de la energía, las renovables aterrizaron en este estadio consumista y monopolizado por grandes empresas, de las energías convencionales. A la luz de las recientes crisis y la creciente concienciación sobre la agotabilidad de recursos y los insostenibles niveles de contaminación, diversas iniciativas sin embargo parecen recuperar parte de la vieja filosofía de adaptación a las condiciones de cada lugar, combinándola con las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. La llamada “generación distribuida” apuesta por sustituir el modelo de concentración en grandes plantas por estructuras menores para la producción, aprovechando la vocación energética de cada localización y estableciendo en la mayor proximidad posible la producción y el consumo. En este sentido se enmarca la regresión de EEUU de los proyectos de grandes centrales hidroeléctricas a la llamada “micro-hidráulica” de pequeños saltos; la cogeneración como apoyo al suministro para pequeñas poblaciones; la producción y gestión de energía en los propios hogares o las políticas para favorecer sistemas pasivos de climatización (aislamiento, orientación y protección solar, ventilación cruzada, etc.) en la construcción. Mientras, diversas experiencias de autoabastecimiento energético se vienen desarrollando por ciertas instituciones y comunidades más o menos aisladas, que comparten la característica de ser independientes al suministro de las grandes compañías. Propio de regiones insulares o de instituciones como Universidades, se basan en el aprovechamiento de una energía local estratégica o en un exhaustivo mix de energías “locales”, como en las islas de Martha’s Vineyard, Samso en Dinamarca o el proyecto para El Hierro. La gran aportación de estos proyectos, no obstante, es la creación de una auténtica conciencia ecológica forzada por el necesario ajuste de los consumos a la existencia limitada de recursos energéticos.
Conjuntamente con ello, es de esperar que deriven en la creación de estructuras energéticas, como antaño, más armónicas con su medio de implantación.

http://vimeo.com/7927648

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